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El embalse de Isabel II

Desde el final de la Reconquista, son numerosos los intentos de intervenir para corregir la extrema aridez del levante y el sureste peninsulares. A medida que las posibilidades tecnológicas lo permitían, se fueron planteando diversas soluciones, que se demostraron inviables, como pasó con el Canal de Murcia, que pretendía unir la cabecera del Guadalquivir con Cartagena a través de una vía navegable. A principios del XIX se busca una alternativa para garantizar el riego del campo murciano, y se aprueba la construcción de los Embalses de Valdeinfierno y de Puentes. En 1802 se produce la trágica rotura de la presa de Puentes. La de Valdeinfierno se colmató de tierra pronto.

En ese contexto de fracasos de la gran hidráulica, empieza a fraguarse el proyecto del Embalse de Isabel II, en la cerrada de Los Tristanes (Níjar). Tras algunos intentos de impulsar el proyecto a finales del XVIII, es a partir de 1820 cuando Diego Ma Madolell empieza a constituir una sociedad privada, por acciones, para la construcción de la presa y la comercialización del agua para la extensión del regadío en el campo. Por falta de inversores, esta empresa se paraliza durante veinte años. En 1831, el Consistorio de Níjar obtiene el permiso para la ejecución de la presa, que será utilizado por la sociedad Regadíos de Níjar, promovida por el propio Madolell. Los trabajos empiezan en 1841, bajo la dirección de Madolell, evidenciándose pronto su falta de capacidad técnica y gerencial, que amenazaban el buen fin de la obra. Para corregir la situación, en 1842 se encarga proyecto al arquitecto murciano Jerónimo Ros Jiménez, que, a partir de 1843 dirige los trabajos hasta su finalización, en 1850. A continuación, empezó a ejecutarse el "canal del Campo", que debería distribuir el agua del Embalse a los campos nijareños. Pero a principios de la década de 1870, el embalse estaba prácticamente cegado por los arrastres de las riadas, y su capacidad de almacenamiento definitivamente comprometida.

Así acabó el episodio del Embalse de Níjar, que nos ha dejado una singular obra, con un muro de cantería de más de 30 mts de altura, en un paraje de excepcional belleza. Habrían de pasar otros cien años antes de otro intento de atender las necesidades hídricas desde planteamientos de gran hidráulica contemporánea.